Habían pasado dos meses pero él no
había dejado de recordar aquella tarde. Se despertaba de madrugada sudando
aterrorizado. No comía,
no paraba de rezar...no vivía. Su día a día era una tortura constante.
Y aquella tarde al terminar de oficiar la misa y empezar a
abandonar el templo los feligreses, su cuerpo se heló. Allí estaban mirándolo desde un
banco sin moverse. Con las cabezas un poco agachadas y los ojos clavados en él.
Cuando salió la última persona por la puerta, Bea se levantó.
Llevaba un abrigo de paño negro anudado a la cintura y tacones de señora,
negros también. Giró hacia la salida y al llegar a la entrada pasó el pestillo
antiguo dejando cerrado el acceso. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el
altar sin desviar la vista del sacerdote, al que el miedo había paralizado
completamente. En el silencio brutal sólo se oía un mantra de rezos. Muy
bajito, como susurro desesperado.
Al llegar al banco donde estaba Mónica, Bea se paró, desanudó el
abrigo y lo dejó caer por los hombros. Estaba totalmente desnuda. Su piel blanquísima deslumbraba. Parecía una virgen más... pero
nada más lejos de la realidad....
Mónica se levantó, vestía una gabardina gris también con tacón
oscuro, y las dos juntas avanzaron hacia el altar. Muy despacio. El padre no
podía dejar de mirarlas entre hipnotizado y espantado. Bea se puso detrás de él
y al oído le dijo: -Hola
curita... ¿te has acordado de nosotras? Porque nosotras no te hemos olvidado...
Casi a la vez Mónica se desató la gabardina y al quitársela dejó
al descubierto una polla de plástico perfecta y grande sujeta con un arnés de
cuero negro...
El hombre se estremeció.
Mónica empezó a sobar la tela de la sotana a la altura del
paquete. La otra mano agarró fuerte el pollón de imitación, que el padre no
podía dejar de mirar ahora visiblemente conmocionado.
La mano de Bea se perdía por atrás en su culo, bajo el hábito.
Y como era de esperar, comenzó a gemir y las lágrimas se agolparon
en los ojos, casi en el mismo momento que la sangre llenó su miembro y Moni se
sonrió con toda la mala intención que pudo: Uy,
uy, uy...está cachondo el curita...
Le dió la vuelta violentamente y le subió la sotana. Se escupió
los dedos y continuó el trabajo de Bea entrando y saliendo de su culo.
Él, ahora frente al altar con todas las imágenes presenciando la
escena, sintió que se mareaba de la vergüenza. Que su miembro profanaba la pureza de aquel santuario. Que no
sabía como iba a seguir dando misa después de aquello.
Y Bea, ya de frente a él, le cogió la mandíbula firmemente y le
dio una cachetada: Por cerdo.
Retumbó en las paredes. Hizo más grande el silencio.
Otra cachetada: Por
cabrón,
Y otra: Por
perro.
Y otra más: Por
tarado.
Le apretaba la boca. El hombre babeaba, colorado, histérico, mil
veces confundido. Con el rabo reventando y el culo abierto por momentos. Dolor, impotencia, muchísimo calor. Era un trozo de carne en
manos de aquellas dos pervertidas demoníacas.
Y lo agacharon de golpe. A cuatro patas con el hábito en la
cintura. Lo dedos de Mónica entrando y saliendo del agujero. Paraba y escupía.
Seguía apretando el falo de juguete con rabia, como si lo sintiera de verdad,
esperando ansiosa clavárselo al cura. Follárselo con todas sus ganas. Llevaba
toda la semana pensándolo. El cuero del arnés se resbalaba al pasar por la
rajita de Moni. Sólo le faltaba gotear de gusto. Casi, estaba a punto...
Bea seguía dándole en la cara. Los bofetones se oían rítmicamente:
plas, plas, plas...
Desnuda, perfecta, casi virginal... comenzó a meterle los dedos en
la boca: Chupa cerdo, cómetela.
Simulando una polla que entraba y salía, como la del culo. Se lo
estaban follando una por delante y otra por detrás.
No pudo más Bea y se empezó a tocar con la otra mano. Flexionó las piernas, las abrió y le puso el coño delante de la
cara al cura. Estaba tan mojado que sonaba al pasar la mano. Y todo era tan
violento que la mano se movía como si se lo fuera a arrancar. Igual que la que
le desencajaba la bocaza al cura.
Todo entraba y salía armónicamente, ellas se morían del calentón.
Él se moría del miedo.
Y Mónica empuñó el juguete y se lo clavó en el culo. Lo sujetó por
la cadera con las dos manos. El hombre gritó aún con los dedos de Bea en la
boca. Esta los sacó y le dió una sonora y contundente bofetada que le giró la
cara. Le tiró del pelo: ¡Mírame
perro de mierda! Cuando te joda mi amiga me miras, ¿entiendes? ¡Y no grites!
Ahora me vas a chupar como el perrito que eres. ¡Saca al lengua!
Como pudo sacó la sacó y vio con terror como el chocho lleno de
líquido de Bea se acercaba y se restregaba como animal. Y como animal gritaba
cogiéndole el pelo y apretandose sin dejar de moverse: ¡¡¡Sí!!! ¡Así! ¡Come! ¡Mira tus
vírgenes como nos miran muertas de envidia!
Al oír esas palabras el cura quiso morirse. Sin embargo su polla
estaba más viva que nunca. Parecía que el rabo que le estaba abriendo el
trasero la encendía sin que él pudiera hacer nada.
Bea se encontraba en éxtasis absoluto mirando a su
alrededor. Sintiéndose observada por todos los santos del recinto. Desafiando a
Dios y a quien hiciera falta, gritó enterrando la cara del padre en su pelo
púbico y se corrió con un placer nunca antes experimentado. Le costó mantenerse
en pie: Ahhhhhhhhhhhhhh...
chúpa todo, cerdo, trágate mi flujo, no dejes nada, que lo vean todos...
Miró a Mónica que seguía follando sin parar el culito vírgen y las
dos sonrieron y se acercaron y se besaron enredando sus lenguas deprisa, más
calientes y cachondas que nunca...
Bea izó al hombre mientras le olía la cara empapada en coño. Todo
sin sacar la polla de plástico del ano. Mónica lo sujetó por debajo de los
brazos y continuó metiéndole el nabo tieso sin descanso. Joder a ese desgraciado le estaba
produciendo tanto placer que empezó a pensar lo que sería que la polla fuese de
carne y suya... se mojó toda. El roce del clítoris con el cuero del arnés por
abajo iba a hacer que se corriera: ¡¡Síííííííííí!!
No paraba de moverse. Falcada en sus tacones, poseída totalmente,
sujetaba al párroco mientras se movía como una perra en celo. Por delante ya
estaba Bea arrodillada: Y
ahora cabronazo, me vas a echar tu leche en la boca...
Empezó a machacarle el pollón duro que tenía pegado a los labios.
Se escupió la mano, se tocó abajo también, se reía ahora a carcajadas al ver el
horror reflejado en la cara llena de babas de coño... ya con la mano llena de
líquidos lo pajeó a gusto esperando ver el chorro salir... ¡¡Venga!! ¡¡Joder, córrete en mi lengua,
perro!!
Y el hombre se desvaneció un poco con la mirada fija en el
gigantesco crucifijo que tenía delante y notó un látigo, un escalofrío, mucho
calor concentrado, un alivio infinito... dejó caer la cabeza y como si no
estuviera allí, desde fuera de su cuerpo vio la lengua larga de Bea llena,
llenita de semen blanco. La putilla jugaba, se relamía, se frotaba con la
polla, con la leche, se la metía otra vez en la boca, no dejaba de chupar como
si lo quisiera limpiar, dejarlo reluciente...
En ese momento se oyó un gemido largo e intensísimo: Ahhhhhhhhhhhhhhhh... Mónica se corría y se quedaba
ensartada en las nalgas del cura, inmóvil y satisfecha: joder, qué cabrón eres,
cuánto placer nos das, desgraciado, uffff...
El cura quedó en shock como la primera vez. Cuando le sacaron el
bulto del culo se desplomó. Ellas se abrazaron. Allí en medio, desnudas, ahítas
de placer, con la mueca de orgullo que deja acabar por fin lo ansiado. Se
besaron mezclando semen y saliva. Con aquel trapo humano tirado en el suelo.
Hecho un guiñapo. Violado, forzado, avergonzado hasta el
extremo. La sotana arremangada, la carne blanquecina, tembloroso...
Así lo dejaron. Ellas recogieron sus abrigos y se fueron hacia la
entrada con la cabeza bien alta y el ruido de los tacones retumbando en las
vidrieras de colores. Se dieron la vuelta un instante para decir un: Volveremos, curita, antes de lo que
esperas...
Y lo último que el hombre vio antes de desmayarse fue el guiño del
mismísimo demonio metido en el ojo de Bea mientras soltaba aquellas palabras...