jueves, 23 de agosto de 2012

Relato 11° Lola y María, parte 2.



No podía dormirse, estaba demasiado caliente.
En posición fetal con las manos entre las piernas apretando mucho. Como si eso le aliviara el apretón de coño que tenía.
Era imposible no oírlo. No verlo.
Ahí estaban Lola y ella hace un rato. Otra vez en el baño, pero esta vez del despacho del jefe de estudios.
Las dos de pie, él tumbado y cachondo como un cerdo. Empapado. De orina.

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Lola le había dicho esa mañana temprano que hoy lo iba a pasar muy bien: Hoy te corres, mi putita, le dijo a María en cuanto entró a la clase.
Claro, desde ahí el flujo no dejó de salir..
También se encargó ella de cerciorarse de que esto pasara. Su mano entre las piernas le acompañó a ratos, dejándola a medias y desesperada. Mientras la miraba y se reía: Pero si es que no te puedes aguantar, pero qué zorrón estás hecha. Cómo te gusta...
Y metía el dedito dentro de la vagina de María que estaba a punto de ebullición y ella se estremecía y apretaba en la silla, con la vista en la pizarra y la mente llena de polla. Desde la mamada que le hizo a Alberto en los baños, sólo quería metérsela dentro. Y se ponía mala pensándolo.

Pero ahí estaba Lola con sus misterios. María había dejado de tenerle miedo. Ahora, sin embargo, tenía ganas siempre. Quería que la tocaran todos. Que todas la chuparan como ese día. Era lo más rico que había probado.
La lengua de Lola. Y la polla de Alberto...

Llegó el mediodía y cuando la mayoría de la gente estaba en el comedor, las dos iban hacia un despacho al final del pasillo. María no sabía cual era pues no había estado nunca allí. Lola parecía muy segura.
Tocaron a la puerta y un "Pase" algo ronco las recibió.
El jefe de estudios, Don Santiago, estaba sentado y se irguió visiblemente cuando las vio. Lola muy dispuesta como mujer experimentada y María avergonzada pero ansiosa y obediente. Y muy roja.
El hombre preguntó desde sus cincuenta y largos años: ¿Qué quieren señoritas? 
Por dentro pensaba "cómanme la polla, queridas mías"
Y Lola fue la que cerró la puerta con pestillo y se acercó despacio a la barriga nerviosa de Don Santiago. Llevaba de la mano a María. 
¿Qué hacen, niñas? Un momento, aguarden, esperen...dijo con su voz ronca y sin ninguna convicción.

Profesor... dijo Lola... he notado como me miraba ayer en clase cuando abría las piernas y no llevaba nada debajo. ¿Le gustaba ver mi chochito mientras leíamos la lección?
...Joder, niña... se alteró el señor... ¿qué dices? No sé de qué me hablas... 
Estaba sudando y el pantalón se hinchó en la entrepierna.
Lola empujó suavemente hacia la mesa a María. Esta se sentó por inercia. Entonces Lola le bajó  tranquilamente las bragas, las sacó por los zapatos, las dejó caer al suelo, se rió, le abrió las piernas muy despacito dejando a la altura de los ojos de Don Santiago un coñito virgen y chupado sólo una vez, eso sí, absolutamente líquido en ese momento... pues María sólo podía imaginar la lengua de aquel gordo seboso retorciéndose entre sus pliegues y creyó correrse por combustión espontánea...
El gordo estaba sin habla y sin creérselo. Obvio.

Una gota de saliva asomó a su boca y Lola acercó el dedo y lo introdujo despacio mientras el hombre lo chupaba sin perder detalle del cine que tenía delante. Con la otra mano Lola agarró la mano de él y la acercó al sexo de María: Tócalo, le dijo, despacio. Ahora te lo comerás. Hasta que se corra.

La mano grandísima acarició el coñito de la nena como pudo, pues temblaba, se mojó y dejó paso a la lengua que empezó a devorarlo y chupetearlo despacio como si tuviera todo el tiempo del mundo y muy pocas oprtunidades en la vida...

Realmente como esta, ninguna más se le presentaría. Jamás. Viviría recordando este momento en que una niñata le obligaba a secar el sexo de otra niñata cachonda.
Ni en sus mejores fantasías, pensó en una ráfaga de lucidez...
María moría de gusto. El profesor lo hacía mejor que Lola y ella apretaba su agujero contra la cara gorda y redonda. Lola la besó. Le folló la boca con la lengua hasta que se vino. Con las piernas enganchó el cuello del tipo y pensó que se lo tragaba por abajo. Pero él agarraba con las manos el culo de la chica y parecía querer meterse dentro. Cuando pararon los calambres se retiró y dejó ver su expresión atónita, del más allá y pringada de jugos. Se relamió. Se pasó los dedos por las mejillas y se los chupó...
María estaba ya tumbada en la mesa, casi desmayada.
Lola habló: Vengan los dos. Al baño. Vamos. Con cuidado.

Don Santiago se levantó como pudo, al igual que María, a la que el cuerpo no le respondía.
Entraron en el aseo del despacho y Lola le dijo al profesor que se quitara la ropa. Este obedeció como drogado. A la vez agachó a María bruscamente, tirándole del pelo y perdiéndola en su propio chochito: Chupa perrita, saca la lengua, rápido, que tu amita está demasiado caliente, le ordenó con desprecio. ¡Chupa, joder, come!
Y tú, ¡dale unos azotes!, le dijo al hombre, Le vuelven loca.
Desesperado, le subió la falda por detrás a María y le dio en el culo, ¡plas! y otra vez ¡plas! y otra...
Creía que la polla le reventaba. Necesitaba hacer algo con ella. Comenzó a masturbarse mientras pegaba a María. Lola gemía cada vez más fuerte hasta que se deshizo del todo gruñendo: Así, joder, así, cómetelo todo, qué bien chupas, qué bien, qué bien, qué bien... jadeaba rapidísimo hasta parar por completo y quedarse inerte.
Unos segundos pasaron hasta que la que se acababa de correr delicioso soltó el cabello de María y la apartó de su clítoris dejándola respirar: Túmbate, le exigió al profesor.

Este, de más está decirlo, acató la orden y con el rabo tieso como un palo y la barriga desparramada a los lados se tendió en el suelo cuan largo era. En esa posición indefensa, en esa situación más indefensa aún, las miraba regalado, agradecido, salido, sumiso y dispuesto a todo.

Eso era lo que quería Lola, justo eso. Al fin lo tenía allí delante para cumplir su fantasía. Asió la mano de María, la puso de pie y le dijo sonriente: ¿Sabes lo que vamos a hacer, perrita?
No, mi ama, contestó la chica completamente abandonada a su suerte y al placer como una marioneta lasciva y dejada... Mojada por arriba y por abajo, con el culo rojo, el coño hinchado y la ropa desordenada; al aire todas sus curvas y su calentura. Guapa, despeinada y más adulta y dispuesta que la María que había entrado por la puerta hace un momento...

Mearle a este cerdo, soltó Lola sonriendo y mordiéndose el labio. Quiero sentir eso. Quiero que lo sientas tú también. Y quiero que se corra el desgraciado mientras lo llenamos de pis. Tú la cara y yo la polla.
Vamos.

María se excitó otra vez sin remedio y Don Santiago reanudó de nuevo el meneo que le dedicaba a su miembro. Sólo pensar que le iban a hacer una lluvia, las dos, a él, oh, cielos.. que va, no podía pensar, sólo tocarse desaforadamente mientras miraba hacia arriba y veía el cielo. El cielo en forma de mujer, de coño peludito soltando líquido templado en su boca. De repente sintió el chorro más abajo, en su mano y en su rabo.

Estaba seguro de no haber sentido más placer en toda su vida.
Arriba y delante, sólo para él, dos chochos riquísimos, meones, deliciosos, disfrutando, empapándolo, obsequiándole ese manjar...
El calor húmedo le hizo venirse y casi gritar.
Revolviéndose desmadejado en el suelo lleno de orín, no le importó nada. Absolutamente nada. Podía acabarse todo. La vida podía terminar. Incluso entrar por la puerta el consejo escolar al completo. Su expresión desencajada se transformó en sonrisa idiota. Feliz.

Las nenas se limpiaron como pudieron con la toalla. María estaba aún en shock. El semen brotando a sus anchas del miembro de Don Santiago mientras le meaba le había dado un placer indescriptible. Uffff, qué rico... Recogieron las braguitas perdidas. Lola besó a María, le colocó la diadema del pelo y la camiseta. Le dijo notoriamente exhausta y satisfecha: Muy bien, niña, muy bien, me ha encantado, habrá más, te has portado muy bien... y tú... tú te lo has pasado mejor aún, jajaja...
Y María suspiró devota un Como guste, mi ama, cuando quiera y lo que quiera. Qué placer, mi ama. Gracias. Muchas gracias, soy suya...

A Don Santiago lo dejaron en la misma posición cuando salían. No había podido articular ni una parte de su cuerpo aún. Lola le dedicó un: Esperamos buena nota, muy buena nota, profesor... Y le guiñó un ojo. Este seguía en el limbo de los que saben algo más, el de los tontos con mirada perdida...

Y María ya en casa recordó todo al irse a la cama por la noche... y claro, no podía dormir... y se frotaba y se frotaba con la almohada pensando en que mearle a Don Santiago le había gustado mucho. Era realmente excitante. Y se tocó hasta correrse pensando en cómo había sucedido y en cuando se repetiría...


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