La cabeza apoyada en la ventana. La frente pegada al cristal. Una mano haciendo tope, la izquierda, abierta, agarrada como ventosa.
La otra, la derecha, amasando la carne redonda, suave, gelatinosa de sus tetas
sin hacer distinción, a las dos por igual como si fueran una. Tropezándose a
los pezones, saludándolos con pellizquitos.
Los ojos cerrados, el coño como postre delicioso en la cara de él.
Moviendo las caderas, las rodillas en tensión apresando la cabeza,
mientras él la ayuda sujetando las nalgas como si bebiera de una gran copa. La realidad es que bebe de
un gran coño. Su polla lo sabe... por eso crece por momentos.
Empañando el vidrio con el aliento acalorado, en su ceguera ve a
cuatro animales: uno está atado, es él. En un rincón, inmovilizado a un metro
de la escena principal. Con las manos colgando de sendas cuerdas y sentado en una
silla. Por lo pronto no ve más
detalles.
Delante de él, dos culitos como bollos de dos niñatas a cuatro
patas que le enseñan a él los agujeros más escondidos de su cuerpo
asomándose por las faldas cortas del uniforme. Los cuadritos y las rayas
en contraste con la piel blanca y lisa, muy lisa: un culo más gordo, otro más
pequeño: los dos riquísimos.
Las dos niñatas como animales sin voluntad llevan pañuelos negros
tapándoles los ojos.
Y las lenguas fuera porque están chupando algo... a ver... sí, en efecto, al cuarto animal. Para ser más
exactos, chupetean el rabo de un dogo enorme, imponente, musculado, muy guapo.
Todo lo guapo que puede ser un perrazo que está cachondo, salido, loco,
desesperado porque se lo comen a dos bocas, a dos lenguas. Sin parar, sin descansar, sin saber
qué se comen, sólo por el placer de comer, de chupar, de disfrutar, de
enloquecer, de obedecer, de ser malas...
Y delante de todo eso por fin, ella. Ella, la misma que está
mojándole escandalosamente la cara en el sillón de la habitación pensando en todo
eso. Destrozando el silencio con gemidos que llenan de humedad la cortina que tapa la vista de la ventana a medias, donde lucha empujando con la cabeza y la mano. A ratos con las dos
manos porque con una sola no se tiene. ¡Cómo le come el coño! Su lengua es perfecta,
besa su clítoris con tanta pasión que parece que lo tuviera dentro devorándole
la vida.
Vuelve a los animales:
Él, desquiciado en esa esquina, en esa silla, viendo como las
niñatas poseídas se tragan la polla del perro y sus chochitos, de los que tiene
una excelente visión trasera, y que cada vez brillan más, y sus culitos, que
oscilan de un lado a otro bailando y mueven los pliegues de las faldas. Llevan calcetines largos blancos.
Lo que no llevan es camisa ni camiseta. Sus pechitos se bambolean al igual que
las nalgas. Sus pies
juguetean nerviosos, concentradas en chupar sin descanso el rabo gigantesco y
morado que no pueden ver pero que saborean con unas ganas perversas.
Uhmmm... ¿y qué más? ...Él alargaría un pie justo para meter el dedo gordo en el culo más
pequeño. Eso haría que mojara los calzoncillos inmediatamente. Sí, él sólo
lleva puesto un boxer. Ahora con una mancha en la punta del bulto. Y su dedo en
el orificio de la nena más delgada, jugando a rozarse. Esa pequeña conexión es
como un caramelo que lo deshace por completo.
Igual que la deshace a ella mientras imagina SU fantasía, suya y
sólo suya...
Seguimos... La nena como inyectada responde moviendo el culo para
que el dedo fálico entre mejor.
El perro revienta de gusto y empieza a relamerse, a jadear, a
gemir y a buscar. ¿Y dónde busca? Fácil...en el mismísimo coño
de ELLA, que está delante de todo ese deseo, de todo ese sexo caliente y
empapado.
Empieza a sentir lo rasposo de la lengua grandísima en sus labios
y se abre infinita, se regala entera. Disfruta enormemente mirándolo todo,
mirándolo a él, a sus ojos que
le dicen que lo suelte ya de una vez, que lo desate, por favor, aunque sea una
fantasía... pero a la vez que NO lo suelte porque el ansia de ver eso y no
poder tocarlo, de verla como perfecta anfitriona de todo ese circo, organizando
con todo detalle a los animales. Cada uno a su tarea en perfecta armonía. Y
ella recibiendo esa precisa y ordenada cadena de placer.
Demasiado para ella y para cualquiera.
No puede más, se retuerce como puede agarrándose de la cortina y casi golpea la ventana... con
la cabeza de él trabajando en su sexo, chorreando flujo por todas partes.
Ella sólo ve a las nenas, al perro dedicado a su coño y con el
rabo duro como un palo descargando en esas preciosas boquitas. Las niñas
empiezan a besarse como locas, a sobarse sin verse, a buscar el coño opuesto
con las manos. Líquidas por todos lados, calientes, mordiéndose las tetas,
clavándose los deditos, abriéndose de piernas, olfateándose los pubis,
lamiéndolo todo a ciegas como perras en celo. Acaban haciendo un fantástico
sesenta y nueve en el que se tragan literalmente hasta regalarse enteras...
Y mientras Él ha conseguido soltarse una mano, como sólo podría
pasar en una fantasía... y está frenético a punto de correrse mirando a las
perritas y mirándola a Ella que va a llenar de leche la boca del perrazo...
Y pasa todo eso y salen los chorros... los dos sueltan el ansia y se
desvanecen...
Y Ella le da fuerte al cristal con las dos manos
y grita, y baja las manos y empuja el pelo de él enterrándolo en su coño
resbaladizo. Él se queda quieto y despacio empieza a absorberlo hasta la última
gota... Cuando termina lo único que puede hacer ella es levantar la pierna y
desplomarse a su lado.
Él se relame, como el dogo, piensa ella, se ríe sola, lo mira,
"te tengo que contar...ahora te toca a ti..." Y lo besa llenándose de
su propio olor y agarrándole la polla a la vez...
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