Salí de casa de mi prima a las 4. Un sol que rajaba las piedras y la vida, caía
sin compasión. Me dirigí a la parada lo más rápido posible para pillar algo de
sombra.
Se me ha olvidado decir que la parada está en medio de la nada
porque la urbanización de mi prima ya está en medio de la nada más absoluta.
Ni un alma me crucé de camino. Magda
me iba a acercar a la ciudad pero no se encontraba bien y le dije que no se
preocupara, que me iba en bus. Mujer, es que tardan 40 min, como acabe de pasar
con este calor te mueres... Pues me espero y listo, ya ves tú.
Ya veía la marquesina a lo lejos cuando vi también como arrancaba
el jodido autobús dejando una estela de humo negro detrás. Mierda. Ni hecho a
posta.
En fin, relájate Mónica, no gastes energía que te desmayas y a
pensar en algo entretenido, que ni un triste libro tenía a mano.
Cuando iba llegando vi una figura sentada. Según me acercaba me di
cuenta que era un chico. Ya al lado saludé con un hola algo
asfixiado y pensé Está bueno. Enseguida me acordé de Merche, una amiga que se
había liado con varios jovencitos y le encantaban. La verdad es que a mi no me decían mucho. Para mirarlos genial
pero ya más....uf, qué pereza, si con algo de edad costaba que se enteraran y
te dejaran bien, imagínate a los 20. Ay, mira, no me valía la pena ni bajarme
las bragas. Ella se reía cuando le decía eso y me daba la razón pero añadía:
Moni, sí, vale, puede que tengas razón, pero para un rato salvaje el morbazo
merece la pena, te lo aseguro.
Pues allí estaba yo saludando en medio del desierto del verano más
caluroso en años, mientras le miraba el paquete a este chico que de saber lo
que yo pensaba igual se hubiera bajado el pantalón para decirme Mira, qué te
parece, ¿vale o no la pena bajarte las bragas?
Un poco intranquila me senté. Él sacó de una mochila una botella
de agua, bebió y me ofreció ¿Quieres? Está fresquita, estás sudando.
Sí que estaba sudando, como una cerda. Sudo demasiado. Y la camiseta blanca se pegaba tanto que
el sujetador se veía sin dificultad. No he contado que tengo un tipo muy mono,
delgada pero con pecho y piernas bonitas. Tengo 34 y el calorcito me favorece.
Las sandalias, las uñas de los pies de rojo. Algo morena de la piscina. Me
puedo permitir una mini vaquera azul oscuro. Y sentirme sexy al lado de aquel
chico también. Le acepté la botella y bebí despacio intentando no pegar la boca
al borde. Claro está, se me cayó el agua por la barbilla y el cuello. Joder,
qué torpe. Mujer, no te preocupes, bebe bien que se te ha caído todo, decía
mientras se le escapaba una risilla.
Sí que era guapo, vaya. ¿Vives aquí? le pregunté. No, he venido a
casa de un amigo y no me podían llevar de vuelta. Justo cuando he llegado se
iba el bus. Me han dicho que pasa cada 40 minutos.
Sí, le contesté, mientras me limpiaba la boca y abría las piernas
para que escurriera el agua al suelo. Y el sudor. Y el aire entrara por algún
sitio. Yo que sé. No podía pensar con claridad.
Allí al lado el uno del otro, como si no hubiera nadie más en el
mundo, con esa sensación de libertad compartida, de complicidad en esos
momentos únicos y muy frikis que vives con alguien que no conoces de nada.
Se puede acabar la humanidad que aquí ni nos enteramos, soltó y se
volvió a reír, esta vez a carcajadas. Parecía nervioso. ¿Cuántos años tienes?
le pregunté como si importara para algo. Diecinueve, ¿por? me miró extrañado y
serio. No, por nada, curiosidad. Y me quedé tan ancha. Y no sabía dónde mirar. Joder, soy idiota y me estoy
poniendo caliente. Y no lo puedo evitar, jodeeeeeer. Mónica, ya. Que venga el
puñetero autobús y ya, se acabó. Aquí, salida, tonteando con un crío. Ay dios.
Pues yo no sé qué edad tienes tú pero estás muy buena y si el
mundo se hubiera acabado pues tampoco estaría tan mal, ¿no?. Y me guiñó un ojo.
Ahora fui yo la que soltó la carcajada y afirmé Pues no, podría ser peor. Estar
aquí, sin compañía, ¿no? Y me mordí el labio y empecé a apretar las piernas y a
notar como la temperatura de abajo subía. Y supe que me iba a meter mano en
cero coma... Y toda yo me colapsé.
Y eso hizo juntándose más a mi en el banco. Puso su mano en el
muslo y sin dejar de mirarme la fue bajando hasta que desapareció y yo la noté
ahí donde el calor se transmite a todo el cuerpo. ¿¿Qué bragas llevo?? Ah, las
rosas pequeñas, respiré...uffffff...
Y bueno, mejor dicho, me quedé sin respiración. Me tocaba
despacio, como con miedo pero clavándome los ojos y jadeando con la boca un
poco abierta. Separé las piernas despacio que era como decir sigue. Y le toqué
el pantalón, que era corto y de tela. Bendito verano, pensé. Y sonreímos los dos a la vez que empezábamos a masturbarnos. Qué
morbazo nena, que diría Merche...
Le desabroché los dos botones y saqué del calzoncillo una polla
dura, muy dura. Y bonita y grande, no demasiado. Perfecta para el momento,
vaya. Él ya había metido los dedos por dentro de la telita y manoseaba el
clítoris que también estaba duro. Y los dos mojados, mi coño y su rabo. Allí, en
medio de la nada, poniéndonos cachondos, tocándonos sentados el uno al lado del
otro y sin dejar de mirarnos a los ojos. Creo
que lo que más nos ponía era estar tan desencajados, vernos esa cara de
animales en celo. Con la lengua casi fuera, babeando, sudados y duros, tiesos,
en tensión. Siguiendo el mismo ritmo, yo subiendo y bajando su polla, parando
un momento para escupirme la mano con saliva, lo que hizo que él temblara de
gusto, y él meneando mi botón que ni falta que hacía que mojara nada, pues resbalaba
escandalosamente dándome un placer que me anunciaba: Mónica, te corres...
Y llegó, y le dije Me corro, y acerqué mi boca a su boca como
buscando el aliento, como si me fuera a caer y su aliento me sujetara. Y a
trompicones dijo Y yo... Y al estremecerme y cerrar las piernas sintiendo un
latigazo por la tripa, con su cara pegada a la mía compartiendo sudores, vi
encantada como salía la fuente de leche de su polla y mojaba mi mano, y se
retorció dejándose caer un poco en el cristal de detrás. Y estuvimos unos
minutos así, sin decir nada porque no podíamos. Levantamos a la vez las cabezas y
cerramos los ojos de la risa, como dos niños que habían hecho algo que no
estaba bien pero que molaba mucho. Nos besamos, dulcito y suave, y cogió la
botella que se había quedado en el suelo. Me dio a beber, bebió él. Se abrochó
el pantalón, me seguía mirando, ahora el que se mordía el labio era él...
Yo me coloqué las bragas y me arreglé el pelo. Se oyó un motor,
subí las cejas con sus ojos aún fijos en los míos y nos pusimos de pie. Gracias
susurré, un verdadero placer. Otra vez inquieto dijo entrecortado, Lo mismo
digo...
Y frenó el bus y abrió las puertas y pensé ya en mi asiento, Cuánta
razón tenía Merche. También pensé en que estaba muy buena. Que con la semana
que llevaba, mejor dicho los meses, esto era como un chute de vitaminas. Y no
se me quitó la cara de idiota en varios días. Sólo pensaba en paradas de
autobús, claro...
No me extraña. Voy a tener que ir más en autobús, a ver si te encuentro ;-)
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